Estaba esperando el metro en Londres, Inglaterra en una estación llena de gente y no pude dejar de oír por casualidad la conversación de dos señoras de mediana edad charlando alegremente a mi lado.
Una de ellas había ido de vacaciones a España y estaba sorprendida por algunas particularidades de la lengua, ella dijo algo así: “En España le dan género a los objetos, por ejemplo, ellos llaman una silla ´ella’, (lo que quiso decir es que se clasifica como femenino) y a un zapato un ‘el’ (masculino), y eso le sonaba demasiado ‘extranjero’, dijo con una expresión de sorpresa en su cara.”
La otra señora había estado en un país africano, (no mencionó en cuál). Y se refirió a su asombro por muchas cosas que le parecieron “extranjeras” a ella.
Ambas mujeres estuvieron de acuerdo al final, que el viajar fuera de su país había sido una experiencia aterradora. Yo estaba de pie allí escuchando en silencio.
El metro llegó y entraron, me quedé tan impresionado por su conversación, que me quedé en el andén por un rato, pensando.
He sido bendecido con viajar mucho, he estado en muchos países y en realidad nunca me he sentido “extranjero” en ningún lugar. Por supuesto que he estado en lugares donde las tradiciones, costumbres, religiones, ideas, conceptos, etc., son diferentes a las mías, pero por alguna razón u otra nunca me sentí “extranjero”.
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