En mi juventud, siempre había visto a la materia de economía, con desdén porque no la consideraba una ciencia, sino como un tema de “opiniones e interpretaciones personales”. Hoy en día he llegado a la conclusión de que la mayoría de nuestras creencias son producto de nuestras opiniones e interpretaciones personales, aunque parece que no somos muy conscientes de ello.
Le pregunté a un amigo mío, que es un economista muy respetado, si podía darme un ejemplo de teoría económica aplicada a nuestra vida cotidiana y, aunque no esperaba una gran respuesta, su ejemplo me causó una profunda impresión.
Me miró con expresión relajada y dijo: “Una de las cosas que he aplicado en mi vida muy a menudo es la ley de los costos hundidos”.
Lo miré perplejo esperando una explicación más clara. Continúe leyendo